Música

Bryan Ferry, poderosa nostalgia en el Festival de la Guitarra

Resulta difícil escribir una crónica de un concierto de Bryan Ferry (Durham, 1945) sin resaltar lo evidente de su privilegiada vitalidad en la senectud, o sin caer en el tópico mil veces escrito de su elegante porte británico, inmarcesible a sus 72 años, o su envidiable fuerza vocal, que basa su atractivo en una expresividad dramática difícil de igualar.

Todo eso salta al oído y la vista cuando uno accede a un concierto de Bryan Ferry estos días, en los que está de visita España y Portugal, y todo eso ha habido en su primera cita en el marco del 38 Festival de la Guitarra de Córdoba, y que le ha servido para recrear todos los Bryan Ferry que han existido desde que Roxy Music irrumpió en el panorama musical británico a principios de los 70.

El rockero sofisticado aspirante al trono de rey del glam rock setentero; el artista pop de los años 80 que todo lo revestía de sintetizadores; el crooner revisionista de la música estadunidense que más ama; o el compositor arriesgado que sigue siendo hoy en día, cuando sigue prestando su ingenio a exitosas películas y series de televisión.

Todos esos Bryan Ferry han estado presentes en el concierto con el que el cantante británico ha debutado en Córdoba en un Teatro de La Axerquía al que han acudido 2 mil personas para ver al líder de Roxy Music, aquella banda que conjugaba la habilidad melódica de Ferry, la creatividad ambiciosa y avanzada de Brian Eno, y el talento rockero e instrumental de Phil Manzanera.

No ha habido que esperar para que sonara el Ferry de los setenta.

La primera canción ha sido una versión solemne y revestida de gravedad de The Main Thing, y la tercera, una adulta una excelente traslación de Ladytron despojada del misterio de la juventud y convertida en una apacible paseo por el rock más convencional —y esto no es una crítica—, que es el que ha capitalizado el concierto.

Una constante que ha marcado la carrera del dandy británico ha sido siempre su querencia por los vientos, algo que en los ochenta parecía una buena idea, que hoy sería prácticamente impensable en bandas de glam rock, y que a Ferry, nadie puede explicar por qué, le sigue sentando como un guante.

Tanto es así que, si ha habido alguien que, Ferry aparte, haya salido a hombros de la plaza, ésa ha sido la saxofonista Jorja Chalmers, auténtico salvavidas de la banda, muy por encima de un guitarrista mítico en Gran Bretaña como Chris Speeding, que no ha tenido su noche.

El mejor momento, tanto de Speeding y de Ferry, ha sido con una pulcrísima versión de In every dream home a heartache, probablemente la canción que mejor ha definido la maestría del cantante y compositor británico para abrazar las vanguardias desde una distancia irónica —la canción habla del amor a una muñeca hinchable— y destrozarlas con un atronador riff de guitarra.

Ese Bryan Ferry, portentoso en los matices, apenas ha vuelto aparecer. En cambio, ha dejado paso al amante de la música americana tradicional que viaja en un cadillac con piloto automático, y que se presta a americanizar algunos otros éxitos de su repertorio, como Virginia Plan, Let’s Stick Together o Avalon.

Una versión de sí mismo que, por lo que se ve, ha logrado encender los ánimos del teatro, que ha acogido con devoción el baladón More Than This y, sobre todo, Love is Drug, con su infeccioso ritmo disco funk 4×4, que sigue siendo un enorme ejemplo de lo modernos que fueron Roxy Music adelantándose una década al synth pop que dominaría las discotecas en los 80.

Muchas caras para un Ferry que en su debut en el Festival de la Guitarra ha demostrado que la nostalgia es un arma poderosa si cae en manos de quien ha vivido muchas vidas.

Back to top button