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Se cumple un siglo del nacimiento del músico Leonard Bernstein

Nunca se ha celebrado el centenario de un director de orquesta con la intensidad y el despliegue con el que se aborda el de Leonard Bernstein, que este sábado habría cumplido un siglo de no haber muerto en Nueva York en 1990.

A saber, más de 2000 conciertos en todo el mundo recogen su legado como compositor. Madrid verá un nuevo montaje de ‘West side Story’ mientras en Hollywood preparan no uno sino dos biopics en los que Jake Gyllenhall y Bradley Cooper, respectivamente, se podrán en los zapatos del carismático músico.

Además, un documental británico recoge los testimonios de aquellos telespectadores, hoy adultos, que en su infancia, eran fans de los programas en los que Bernstein incitaba con sencillez a los más jóvenes a amar la música clásica. “La música no se entiende, la música ‘es’”, solía decir. Incluso escribió un libro en ese sentido, ‘El maestro invita a un concierto’, que acaba de reeditar Siruela y que es el texto que Wes Anderson incluyó en el prólogo de ‘Moonrise Kingdom’.

Bernstein fue una estrella y a la vez, bicho raro. A medio camino entre el genio y el dictador, la del director de orquesta tras la segunda guerra mundial solía una figura inaccesible y poderosa, una construcción mítica con la que apenas podías contar si eras mujer, negro u homosexual declarado. Lo explica el británico Norman Lebrecht en su imprescindible y malicioso ensayo ‘El mito del maestro’: los directores de orquesta se convirtieron en luminarias de la industria discográfica en la época de la democratización de la música clásica. La mayoría se mantenían alejados y misteriosos, pero Leonard Bernstein, no. Cuando en 1957 se hizo cargo de la Filarmónica de Nueva York a los 39 años, el prestigio de la institución estaba bajo mínimos. Los críticos desconfiaron, pero como solía decir Bernstein: “Jamás he visto la estatua de un crítico en ninguna plaza”.

La desconfianza venía de su faceta como compositor de musicales de Broadway, ‘Un día en Nueva York’, ‘Candide’ y West side story’ -que fue un absoluto bombazo-. Además ya había empezado a presentar sus programas en la tele donde su apasionamiento, su generosidad y su simpatía se ganaban de calle a 10 millones de espectadores cada semana. Todo el mundo le conocía, era amigo de los Kennedy, sabía torear las entrevistas en los ‘late-nights show’ de la tele donde ponía en relación a Mahler con los Beatles y con su buena apariencia daba muy bien en las revistas. Así que criticarle desde la exquisitez era fácil y más si Bernstein además, lejos de ser circunspecto, prácticamente bailaba sobre el podio, se desmelenaba y en los momentos de mayor éxtasis, como explica Lebrecht, “besaba en los labios a los músicos de ambos sexos”. Los críticos podían no tenerlo claro, pero el público le adoraba.

Además, cuando algunos como Karajan reivindicaban el ‘von’ para subrayar su origen aristocrático, Bernstein, el hombre de la calle, se hacía llamar Lenny, incluso por sus músicos. Representaba al neoyorquino de origen judío, izquierdoso, bohemio e informal, algo parecido a lo que Woody Allen encarnaría en los años 80. Pero esa desenvoltura social le pasaría factura en 1970 cuando el periodista Tom Wolfe se coló en su lujoso apartamento de Park Avenue en una de sus fiestas, concretamente en organizada para recaudar fondos a favor de los Panteras negras, partidarios de la lucha armada. Wolfe, con mucha mala leche bautizó el fenómeno como la izquierda exquisita (‘radical chic’) y ‘The New York Times’, que había descubierto y ensalzado al director a principios de los 50, le dio un soberano rapapolvo: “La velada fue ese tipo de elegante visita a los barrios bajos que degrada igualmente a protegidos y protectores”.

Aquel fue un duro golpe para Bernstein, pese a que cuando abandonó la Filarmónica ya nadie dudaba de que era un director prodigioso. “Wow”, exclamó Stravinski cuando escuchó su versión de ‘La consagración de la primavera’. A Lenny le había costado mucho llegar a su propia consagración y había escondido no pocas cosas importantes por el camino. En el 2013 la publicación de su correspondencia reveló públicamente su homosexualidad, algo que Felicia su mujer y madre de sus tres hijos ya conocía incluso antes de casarse. “Estoy dispuesta a aceptarte tal como eres, sin convertirme en una mártir ni sacrificarme en un altar”, le escribió entonces.

Se dice que cuando su entierro desfiló por las calles de Manhattan, los obreros de la construcción se quitaban el casco de trabajo y a voz en grito se despedían: “Goodbye, Lenny”.

Con información de El Periódico

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