El Papa Francisco convocará a los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo a una reunión del 21 al 24 de febrero en Roma para abordar la erradicación de los abusos sexuales, según ha informado el miércoles la vice portavoz del Vaticano, Paloma García Ovejero.
Es una medida sin precedentes, destinada a reforzar la actuación frente a ese tipo de conductas y frente al encubrimiento de delitos por parte de algunos obispos, como se ha visto este año en Chile y Estados Unidos. Reunir a los presidentes refuerza, además, el protagonismo de la conferencia como tal frente a obispos remolones.
Respecto a Estados Unidos, el Papa Francisco aceptará en breve la renuncia del arzobispo de Washington, cardenal Donald Wuerl, según adelantó el interesado anunciando un viaje a Roma «en un futuro muy próximo para reunirme con el Santo Padre sobre la renuncia que presenté hace casi tres años el 12 de noviembre de 2015».
En una carta a los sacerdotes, el sucesor del ex cardenal Theodore McCarrick al frente de la archidiócesis de Washington reconoce que «los fallos de supervisión episcopal» respecto al abuso sexual de menores y adultos vulnerables «plantean dudas sobre la capacidad de sus obispos para proporcionar el liderazgo necesario».
El cardenal Wuerl, que cumplirá pronto 78 años, anuncia su retirada en vísperas de la reunión que la cúpula de la conferencia episcopal norteamericana mantendrá este jueves con el Papa Francisco para informarle de las medidas que desean tomar para investigar el encubrimiento de abusos por parte de algunos obispos de Estados Unidos.
Los hechos, salidos a la luz el pasado 20 de junio cuando Francisco suspendió de toda actividad pública a Theodore McCarrick —a quien expulsaría del cardenalato en julio—, y el 14 de agosto, cuando se presentó el informe del gran jurado de Pensilvania, provocaron la desmoralización del episcopado y la indignación de la mayoría de los fieles.
El cardenal Daniel DiNardo, arzobispo de Houston y presidente de la conferencia episcopal, propuso ya el 16 de agosto una doble vía para esclarecer los hechos. Por una parte, asignar a laicos con experiencia profesional como policías, fiscales, jueces, psiquiatras, etc. la investigación de los obispos encubridores y pedir una investigación del Vaticano.
A muchos obispos norteamericanos le gustaría que la llevase a cabo el arzobispo de Malta, Charles Scicluna, veterano de esas tareas en la Congregación para la Doctrina de la Fe y, más recientemente, en la investigación de abusos en Chile.
El cardenal DiNardo acudirá acompañado del vicepresidente de la conferencia episcopal, José Gómez, arzobispo de Los Ángeles, y del secretario general, monseñor Brian Bransfield, así como del cardenal arzobispo de Boston, Sean O’Malley, experto en ayudar a las víctimas y presidente de la Pontificia comisión de Protección de Menores.
Si Juan Pablo II estableció en 2002 la política de «tolerancia cero» en abuso de menores por sacerdotes y Benedicto XVI la aplicó expulsando del sacerdocio a más de ochocientos delincuentes de ese tipo, el Papa Francisco ha creado la política de «tolerancia cero» respecto al encubrimiento y las negligencias de los obispos, pero el trabajo del tribunal especial en la Congregación para la Doctrina de la Fe es lento y secreto, por lo que no se otorga la debida satisfacción moral a las victimas.
Por otra parte, la debilidad de las investigaciones hace que estén llegando pocos casos, y eso es justo lo que trata de resolver ahora la conferencia episcopal norteamericana trabajando en equipo con el Papa.
En medios vaticanos se lamenta que el manifiesto publicado el pasado 26 de agosto por el ex nuncio Carlo María Viganò haya sido una fuerte distracción en el trabajo de limpieza como ya sucedió en 2015 cuando la filtración a la prensa de informes de las auditorias encargadas para poner orden en las finanzas vaticanas retrasó el trabajo del equipo encargado y la toma de medidas.
En todo caso, después de estudiar los temas con la conferencia episcopal norteamericana y los obispos implicados, el Vaticano hará públicas «aclaraciones» sobre el caso de Theodore McCarrick, nombrado arzobispo de Washington en el 2000 y cardenal en el 2001 por Juan Pablo II, quien no lo hubiese hecho de haber sabido entonces que había abusado de menores cuando era joven sacerdote en Nueva York y de seminaristas cuando era obispo de Metuchen y de Newark antes de su nombramiento como arzobispo de la capital.