Ni Griezmann ni Diego Costa ni Lemar, tuvo que ser Borja Garcés, un joven canterano de 19 años, el que se vistiese de héroe en el Wanda Metropolitano y salvase al Atleti de una derrota que podría haber significado una auténtica catástrofe para los rojiblancos. Bien es cierto que solo fue un punto lo que salvaron los del Cholo, pero el gol del joven delantero sirvió para rebajar el grado de otra decepción colchonera.
Garcés logró logró lo que nadie había podido antes, batir a un insuperable Dimtrovic que lo paró todo en un partido que tenía ganado hasta ese momento el conjunto vasco con el gol de Sergi Enrich en el 87.
No es un alivio para este Atlético, que solo ha sumado cinco de los doce puntos disputados, saldándose con un balance de una victoria (sufrida cuanto menos frente al Rayo), dos empates y la derrota frente al Celta.
A pesar de ello, el equipo jugó durante muchos tramos un buen partido, en el que también hubo una bronca del público para Diego Simeone, allá por el minuto 73, cuando decidió sustituir a Rodri, que fue sin duda uno de los mejores del Wanda hoy.
El ex del Villarreal es la salida más limpia que tiene el conjunto rojiblanco, también la más precisa en el medio centro. Cuando la pelota pasa por sus pies en la transición el conjunto rojiblanco supera líneas por combinación; cuando no, le cuesta un mundo penetrar entre el entramado rival.
Hasta que comprendió que cada ataque comienza ahí, que no había mejor fórmula para manejar el duelo, para desmontar la presión y la intensidad de una vez más un rocoso Eibar, fue un bloque embarullado, que lanzó tantas veces en largo que terminó en nada, en pugnas inútiles de Diego Costa.
Expuesto también al inicio del duelo a sus propias imprecisiones y, por extensión, a algún contragolpe, como el que culminó Cote con una volea contra el larguero en el minuto 8, el Atlético dispuso y manejo muchos más recursos, asediando en ciertos tramos al equipo de Mendilibar, incluso hasta suficientes para haber tomado hoy ventaja antes en el marcador.
El Atlético sumó tres oportunidades en el primer tiempo: una del ‘7’ rojiblanco, con una bicicleta en el área y un remate repelido por Dmitrovic; otra servida por Lemar desde la esquina, cabeceada por Saúl con tanta rotundidad como la respuesta, de reflejos y extraordinaria, del guardameta; y una más de Godín, surgida de un córner y también solventada por el portero.
A pesar de las bajas, incluyendo la de Lucas Hernández, hospitalizado, a última hora, el equipo estuvo errático e impreciso, lo que le costó sufrir hasta el final.
En los metros finales, el Atlético no marcó por méritos del cancerbero del Eibar: sostuvo a su equipo en su peor momento del primer tiempo, cuando Rodri se hizo más patente en la salida del balón y cuando la presión armera no fue ya tan eficaz y cuando el equipo rojiblanco aceleró en ataque, pero también jugó en el medio.
Ese momento lo sufrió el Eibar, que nadó a contracorriente durante un rato. Ya no robó tan fácil, ya no tuvo opción de contraatacar, y sintió grandes apuros.
Así continúo la cosa en el inicio del segundo tiempo. En tres minutos, el Atlético ya había contado cuatro ocasiones. En dos no hubo rematador por milímetros, los que separaron a Diego Costa y Koke del toque definitivo; en otros dos se cruzó de nuevo Dmitrovic, para despejar un cabezazo de Godín y después un derechazo de Costa.
El portero fue el mejor sin duda del Eibar, que reaccionó con un centro de Charles que conectó mordido Jordán, tan amenazante antes del impacto como fácil después para Jan Oblak, y con un trallazo de Arbilla contra el larguero; dos sacudidas del equipo visitante para alterar un rato al Atlético, que recuperó su ofensiva con dos ocasiones más de Griezmann y Costa y dos paradas más de Dmtrovic.
Simeone recurrió a la cantera, al debutante Borja Garcés para el tramo final, pero quitó a Rodri, con la bronca incluida que recibió del público por tal sustitución del medio. Una decisión controvertida, ya que sin él, el Atlético desapareció. Perdió el medio… y casi el partido, porque Sergi Enrich marcó el 0-1 en el minuto 87.
Fue entonces cuando apareció el atacante del filial, con la derecha y con el alma para marcar su primer tanto en Primera División y rebajar una decepción innegable.